Fiesta de colores en el cielo . . .
Doscientos globos de todo el mundo volaron en el cielo de León durante cuatro días. Nunca había visto tantos colores allá arriba. Tanta magia y tanta imaginación. Tantas causas navegando los mares del cielo y pintando fantasías. Y es que por cada globo que partía, sentías que soltabas una preocupación y un deseo. Por cada globo, se elevaba una intención y un acuerdo. Por cada globo, se abría una oportunidad.
Me refiero a la 13va edición del Festival Internacional del Globo que se realizó del 14 al 17 de noviembre en el Parque Metropolitano de León, Guanajuato, en México. Con embarcaciones de 16 países y unos 450 mil asistentes, es el segundo festival más importante del mundo en su género y no es para menos. Es un verdadero espectáculo ver el despegue de tantos aerostatos con la presa y el amanecer de fondo, o verlos iluminados en la noche con todos sus colores reflejados.
Para la economía de León, el festival significa una gran visibilidad turística y una importante derrama económica. Para mí, significó muchas cosas más.
Gran parte del encanto de este festival se esconde en la manera en la que el parque se convierte en una enorme aldea durante las noches. Miles de jóvenes montan sus tiendas de campaña y se hacen círculos para iluminar fogatas. Se comparte música, risas y vino. Se va olvidando el frío y personas de todo el mundo se conocen por unas noches con un fantástico pretexto: ver la creatividad volar cuando salga el sol. Tengo que reconocer que cuando decidí aventurarme al festival, jamás me imaginé que me encontraría con ese gran campamento.
Mientras va cayendo la noche, también vas entendiendo el verdadero valor de estar en el bosque, a la deriva y con uno mismo. Vuelves a los principios y a las necesidades básicas. Recuerdas el poder de la tierra, el agua y el fuego. En lo personal, me llevo en la mochila el buen rato que me dediqué a observar fijamente la lumbre y los leños. Volví a escuchar esa voz que siempre esquivo y que se da cuenta de mis engaños. Sostuve una larga plática con el abuelo fuego y llegamos a varios acuerdos. Fue una noche de compromisos y agradecimientos. Una noche de confrontación.
Y así, poco a poco se va asomando el sol y la vida te vuelve a dar otra oportunidad.
Con la luz, llegan miles de personas más al festival para presenciar el momento en el que los globos son inflados y toman vida. Llegan miles de niños, ilusiones y familias. Uno a uno, se van elevando los 200 globos que acaban flotando entre los vientos del Bajío y la Sierra Madre. Vi globos tradicionales y otros más extravagantes. Globos con formas de animales y personajes famosos. Hubo momentos en los que todo el cielo se llenó de globos. Momentos de alegría.
El Festival Internacional del Globo de León es una idea muy bien aterrizada que demuestra que las iniciativas culturales y sociales también pueden generar un buen retorno de inversión y alianzas estratégicas a largo plazo. También es resultado del trabajo de cientos de personas en un auténtico reto de logística. Sin embargo, la idea líquida es el mismo principio que maravilló al mundo hace más de 400 años: un globo, aire caliente y contrapeso. La fascinante sensación de volar sin saber a dónde te llevará el viento.
Al final, creo que cada quien le dará su interpretación al fenómeno de ver tantas figuras volando en el cielo. En honor a la verdad –off the record- durante el viaje un tráiler me chocó la cajuela del auto y mi hermano se cayó a un río desde unos 4 metros. A ninguno de los dos nos pasó nada, pero después de todo lo que significaron los globos de León, ambos regresamos diferentes en muchos aspectos. Estoy seguro que regresamos más ligeros.
Texto : Alonso Monroy | Camino Ligero » Facebook » Twitter
Fotos : Carlos García | Guacamole Project » Facebook » Twitter
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